Mientras más aprendo sobre crianza con apego, educación democrática, amorosa, respetuosa de los derechos de los niños, más me convenzo de que es la única vía posible hacia un mundo más amable, más sensato, menos violento. Cada vez me hago más consciente de la importancia capital de recibir y administrar educación emocional para lograr sociedades dignas, compasivas y altruistas. ¿Y cómo podría ser si no? ¿Cómo sería posible que un niño pegado por un año o más el pecho de su madre, un niño escuchado, mirado, abrazado, sostenido, atendido, amparado y comprendido, en lugar de ser hostilizado, golpeado, desestimado en sus pedidos de necesidades legítimas de atención, se convierta en un delincuente o en un terrorista, llegada la adolescencia o la adultez?
Es muy improbable crear una sociedad trastornada por la violencia, la depresión, las adicciones, la victimización, la delincuencia, incluso la devastación ambiental, cuando prodigamos amor y respeto a los niños y niñas, cuando criamos con conexión y apego… ¿De qué sirve la “productividad”, lo “rentable” como signo de éxito, en un mundo lleno de violencia, desgarro, adicciones, destrucción, depredación? Me parece que por allí debe comenzar el planteo, cuando cuestionamos la “falta de valores” ¿Queremos un mundo menos violento? Preguntémonos entonces ¿qué estamos priorizando en la escala del diario vivir?, ¿qué importancia estamos dando a la crianza, al compromiso emocional, la conexión abundante en tiempo y calidad con nuestros hijos?… El punto de partida es la crianza, sin duda.
El psicoanalista inglés, John Bowlby, uno de los pioneros en los estudios de la importancia del apego en la crianza escribió una vez: “La energía que el hombre y la mujer dedican a la producción de bienes materiales aparece cuantificada en todos nuestros índices económicos. Pero la energía que el hombre y la mujer dedican a la producción en sus propios hogares, de niños felices, sanos y seguros de sí mismos, no cuenta para nada en ninguna estadística. Hemos creado un mundo trastornado”.
Para mí, está muy claro: el lugar y la práctica desde dónde todo se inicia y luego se derrama hacia la sociedad, la comunidad, el país, el mundo… es el hogar y la crianza. ¿Queremos un mundo con menos cárceles y hospitales, un mundo donde el ser humano y la naturaleza convivan respetuosamente, un mundo más amable?, entonces, individuos, empresas, gobiernos, sociedad, comunidades, familias, debemos cerrar filas para proteger y favorecer la crianza en cultura de paz. No será una labor fácil.
Se trata de lograr un cambio de paradigmas y esto nunca ha gozado de popularidad, al contrario, tiene demanda negativa, genera resistencia porque toca fibras sensibles y hace saltar resortes. Tampoco sus resultados pueden verse a corto plazo, sino en generaciones. Estamos hablando de una transformación profunda de mentalidad, de cultura y de sistema de vida. No es como soplar y hacer botellas, se requiere esfuerzo y ganas de hacerse conscientes en medio de un sistema que arrastra hacia la dirección contraria, hacia los mecanismos de evasión y huida. Pero, de este cambio imprescindible -y esto no es retórica- dependerá que detengamos o no, nuestra propia declinación como especie.
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